Y entonces, Apolo y Zeus se hicieron oír irrumpiendo en el terrenal subtemplo de la Ciencia. Esto ocurrió hace casi medio siglo, cuando por fin, representados astronómicamente por el sol y Júpiter, los cuerpos celestes fueron reconocidos por un importante grupo de científicos como emisores transcendentes de ondas electromagnéticas recogidas inevitablemente por nuestro hogar galáctico, y causantes de transcendentes efectos en éste, señalizando así una posible salida hacia la autopista de la Demostración Científica de la Astrología.
Claro que, para aquellas personas pertenecientes a los dos tercios poblacionales que conforman el sector mundial de empiristas científicos, aquélla no fue suficiente indicación de que los astros afectaran a un nivel psicológico, dado que el funcionamiento de la mente aún a día de hoy es un absoluto misterio en muchas facetas, y un empirista científico no puede creer que algo afecta a algo que no sabe del todo cómo funciona. El empirista científico jamás ha solido creer en la Astrología. Aquéllos que cumplen con el estereotipo puro de empirista, no se fían de sus experiencias, aunque sea eso lo que empirismo signifique, por lo que aún no han considerado que Astrología y Ciencia estén unidas, ya que, por contradictorio que parezca, para muchos no hay demostración que valga en el hecho de que, al analizar un número elevadísimo de personalidades a la par que el significado de las respectivas cartas natales de sus poseedores, nos encontremos ante una correlación milimétrica entre las unas y las otras. Pero al científico empirista no le basta la experiencia comportamental, quiere hechos objetivables, que escapen del margen de error que hay que darle a cualquier interpretación subjetiva que se dé, por convergente que sea con la media de interpretaciones subjetivas registradas, el científico empirista necesita un comprobante extrahumano, desgranable y medible a nivel atómico.
Por suerte, nosotros tenemos ese comprobante. Actualmente podemos decir que contamos con una serie de científicas constataciones correlativas de las que resulta un cóctel que perfectamente podrá servirle de píldora fehaciente al científico empirista. Y he aquí la resumida explicación que, en su desarrollo y propagación, conseguirá en un futuro proclamar la paz definitiva entre Astrología y Ciencia.
DEMOSTRACIÓN CIENTÍFICA DE LA ASTROLOGÍA
Para investigar algo con el fin de demostrar la sospecha que nos ha llevado a realizar la investigación, hay que partir de tres cuestiones:
- ¿Qué queremos demostrar?
- ¿Qué verificaciones científicas, realizadas hasta la fecha de nuestra investigación, pueden sernos útiles a la hora de demostrarlo?
- ¿Qué refutaciones podemos encontrarnos y cómo podemos refutar éstas?La primera cuestión está clara, estamos aquí para demostrar dos cosas
- No sólo el campo magnético de la luna afecta considerablemente a nuestro planeta, sino que también el magnetismo del resto de planetas altera a Doña Gea.
- El campo magnético que afecta a nuestro entorno perceptible, también afecta a nuestra psique (el hecho de cómo lo hagan, lo abordaremos en el próximo artículo, ahora nos interesa saber que efectivamente lo hace).
La segunda cuestión nos lleva a recopilar dos premisas verificadas fundamentales que pueden sernos útiles en nuestra investigación: - A través de la Neurociencia ya se ha demostrado que el cerebro intercambia constantemente frecuencias electromagnéticas con su entorno y que reacciona al magnetismo de manera drástica, por lo que éste tiene total licencia para mirar por encima del hombro a nuestro estado anímico, considerándolo un animal indefenso que reacciona infaliblemente a sus trucos de domesticación. De tal magnética maleabilidad psicológica hemos podido ver ya aplicaciones cotidianas, como pueda ser el trato de la depresión severa a través de ondas magnéticas, técnica utilizada recientísimamente en España tras importarla de Estados Unidos el Director de Neurociencia de la Universidade da Coruña e introducirla como tratamiento suplementario en Galicia. Estaríamos afirmando con esto, por tanto, que es la Terapia de Estimulación Magnética Transcraneal el albergue de la principal muestra medible de la relación dada entre el campo magnético del cerebro y los campos magnéticos planetarios, pues no podemos olvidar que éstos son una fuente (“)in(“)agotable de suministros magnéticos.
- Basándose en el embrión de la EMT (Estimulación Magnética Transcraneal), un importante científico sudafricano, Percy Seymour, formuló ya a finales del siglo XX la tesis de la Magnetoastrología, que venía a decir que todo ser, viviente o inerte, está en constante comunión con las señales electromagnéticas que recibimos a través del sol, el cual intercepta previamente y de forma continua todas las señales de los campos magnéticos de los cuerpos celestes con los que el universo hace malabares sin descanso. Sabiendo esto, no podemos atrevernos a ignorar que cualquier proceso de creación de vida es afectado por este intercambio energético y que ya durante el embarazo los astros se convierten para el feto en uno de los principales moduladores psicorgánicos, siendo los campos magnéticos de los dioses del Olimpo uno de los dispensadores energéticos más potentes con los que cuenta la semilla humana fuera de su organismo.Pero haber cosechado ya las respuestas a las dos primeras preguntas que hemos de hacernos a la hora de realizar cualquier investigación científica (¿Qué queremos demostrar? y ¿Qué verificaciones científicas, realizadas hasta la fecha de nuestra investigación, pueden sernos útiles a la hora de demostrarlo?) no sería considerado todavía un argumento autoabastecido, por mucho que dicho par de respuestas pueda antojarse una conjugación de razonamientos completamente coherente, pues estos cabos están hilados, cosa que quizá la Teoría de Cuerdas podría considerar algo más que fiable, pero hemos de ser más estrictos y realistas, y esos cabos hemos de atarlos, ya que somos conscientes de que es de atar cabos precisamente de lo que habla la Física Clásica, y conocemos de sobra que ésta todavía está a la orden del día, por encima de cualquiera rama en el árbol de la Ciencia, puesto que muchos físicos tradicionales (que son los que conforman el subtipo mayoritario del oficio) no han enterrado aún el hacha en la guerra fría que mantienen clásicos y cuánticos.
Nos enfrentamos, dicho esto y, por último, a la tercera pregunta del investigador: ¿Qué refutaciones podemos encontrarnos y cómo podemos refutar éstas? Ni la teoría de la Magnetoastrología ni la práctica de la EMT serían consideradas una muestra de la realidad psicológica de la Astrología para aquéllos que afirman que la eficiencia de los campos magnéticos planetarios se diluye en su recorrido hacia la Tierra, dado que para ellos no es suficiente muestra de afección ni siquiera todo lo que el magnetismo lunar es capaz de manipular en nuestro planeta (y eso que, siendo el de nuestro satélite un campo magnético más que insulso, es notoriamente incidente intraterrestremente), pues el empirista puro puede alegar también que, aun siendo minúsculo el magnetismo lunar, su emisor es un vecino cercano, y buena excusa es, por lo que, para efectuar nuestra defensa, tendríamos la obligación de calcular la cantidad de influencia magnética de alguno de los astros del Sistema Solar que llega a la Tierra tras acabar el viaje interestelar de aquélla. Recopilemos pues, los datos necesarios para realizar el cálculo magnético que nos sirva, al menos, de semilla refutadora de la más que probable refutación científica:
- El magnetismo lunar afecta considerablemente al planeta Tierra.
- La luna tiene un campo magnético medido en 30 gammas, que equivalen a 0,0003 Gauss.
- La luna está a 384.400 kilómetros de la Tierra.
- Para saber si el campo magnético de los cuerpos celestes del Sistema Solar afecta de forma considerable a la Tierra, primero nos cimentaremos en las diversas manifestaciones terrestres de una verificada influencia físico-tangible del magnetismo lunar, sirviéndonos así, en consecuencia, de los datos de nuestro satélite como puntos referentes para la extrapolación de este fenómeno astronómico a otros astros.
- Si ya sabemos que el campo magnético de la luna, medido en 0.0003 Gauss, afecta considerablemente a la Tierra estando ésta a unos 384.400 kilómetros de aquélla, con un solo Gauss, un cuerpo celeste situado a un mínimo de 3.333 veces la distancia en kilómetros que hay de la Tierra a la luna, ya estaría afectando a nuestro hogar galáctico (pues 0,0003 es a 1, lo que 384.400 es a 1.281.205.200: más de una tresmilésima parte). Teniendo este cálculo hecho, podremos coger el astro más alejado de la Tierra que se utiliza en la Astrología tradicional, Saturno, y calcular el número de Gauss que requeriría su campo magnético en base a su distancia (un mínimo de 1 Gauss por cada 1.281.205.200 de kilómetros extraterrestres) [siempre, recordemos, tomando de referencia los cálculos que hemos hecho con la luna como referente inicial].
- Saturno está a 1.200.000.000 kilómetros de la Tierra, por lo que su magnetosfera habría de contar al menos con 0,93 Gauss [que es lo que resulta de dividir la distancia que hay en kilómetros entre Saturno y la Tierra entre el número de kilómetros terrestres máximos a los que un hipotético planeta con un campo magnético de 1 Gauss podría estar de la Tierra para afectarla mínimamente (1.200.000.000 : 1.281.205.200 = 0.93)].
- El veredicto sería que Saturno sí afecta considerablemente a la Tierra, pues su campo magnético está medido en 1 Gauss.Podríamos pues afirmar que un planeta tiene importantes influencias sobre el cerebro animal en el momento en que se cumple la siguiente fórmula: G ≥ D : 1.281.205.200, siendo G el campo magnético en Gauss del astro que estamos analizando, y D la distancia entre éste y la Tierra.
Claro, que esta tesis es falsable, pero precisamente su argumentación ha sido dada a través de la postura científica del Falsacionismo de Karl Popper, sostenida por numerosos científicos en la actualidad, hablar de verificaciones absolutas es ignorante y poco científico, y más aún en temas tan controvertidos como el nuestro.
En resumen, podemos sentenciar que la Astrología es científicamente veraz hasta que se demuestre lo contrario.
Óscar Herrero Monreal